REVISTA DAMASCO

La piel y el carozo

Dialéctica tirana

Divididos

Por María Victoria Moreno

Divididos
Daniel Dos Santos
Sudamericana, 181 págs.

Si el diálogo o, más precisamente, la dialéctica, es el método a través del cual logra entenderse el mundo inteligible, entonces la contraposición de dos ideas opuestas hace posible la construcción de un mayor conocimiento de la realidad trascendental.

Daniel Dos Santos es sociólogo, periodista y en 2013 publicó su primer libro de narrativa breve, Divididos. Amigos, familias, parejas, compañeros: historias de gente que dejó de hablarse por la política. No hace falta sumergirse en el texto para entender que el foco está puesto en el antagonismo social teóricamente generado por el último gobierno nacional [y en ‘último’ se incluyen los tres mandatos presidenciales kircheristas, que recorren la historia nacional desde 2003 hasta el presente] y las consecuencias que esas discrepancias tienen sobre los diversos vínculos relacionales. Sin embargo, ya en las primeras páginas del texto, las grietas quedan en evidencia: “El enfrentamiento resulta inevitable. No hay tregua y, en el campo de batalla, se entierran los sentimientos. Como siempre, queda la esquiva, mezquina, triste opción del silencio”, sostiene Dos Santos. Pero, según lo establecido en el primer párrafo, una mayor capacidad de discernimiento es producto de una rivalidad de ideas. Es cierto que ‘contraposición’ o ‘rivalidad’ no suponen un campo de batalla en su acepción más literal, pero sí implican un desacuerdo que, si sensatamente guiados, conducen hacia un entendimiento más profundo de la realidad. Algunas páginas más adelante, aún en el prólogo, Dos Santos continúa: “El tema de la división nos coloniza, se hace complejo apartarlo. Se nos mete en los huesos, se nos hace carne. Nos ocupa la vida”. Y es aquí donde radica el mayor riesgo de un pensamiento como el del autor: ¿por qué se supone que la uniformidad de pensamiento es algo que debe ambicionarse? La existencia de una autoridad opresiva que reprime la crítica es la definición que Norberto Bobbio da sobre los regímenes autoritarios. Entonces, ¿qué nos está proponiendo Dos Santos? El autor prosigue: “Son pequeñas historias, relatos mínimos de la Argentina partida. No encontrarán en ellas más ficción de la que se ve a diario en este país real. A pesar de este prólogo –o precisamente por él-, no resultará para algunos ni para quien esto escribe un libro imparcial”. Si hay parcialidad pero el consenso es lo deseable, ¿todos deberíamos estar de acuerdo con Dos Santos? ¿El disenso dificulta la edificación de un país más real y menos ficcional? ¿Qué implicaría ‘mayor realidad’ y ‘menor ficción’? Consenso como sinónimo de realidad y disenso como sinónimo de ficción. Si el desacuerdo es siempre imaginario y nunca real, entonces no hay posibilidad dialéctica: quiere un país más real, pero sin la confrontación de ideas.

Finalizado el prólogo, Dos Santos ocupa 160 páginas con 25 relatos breves que deberían resultar ilustrativos sobre lo que anticipó en el título del libro: conocidos que se pelean porque son pro o anti kirchneristas. Y esto debería resultar ilustrativo –valga la repetición- para dejar claro hasta dónde nos puede conducir el -pseudo- fanatismo ideológico: relaciones familiares, relaciones casuales, relaciones laborales y amistosas que se interrumpen por concepciones políticas antinómicas. Es en el tercer relato, “Los ángeles de la Recoleta”, donde Dos Santos deja ver, una vez más, su raciocinio necrosado. Escribe: “Lorena asumió con suficiencia su condición de objeto del deseo. Pero lo hizo inconscientemente, porque su cabeza jamás se vería involucrada en semejante operación políticamente incorrecta para una mujer inteligente”. Para el autor, asumirse como objeto de deseo no sólo es una acción errada sino que, además, sólo quien carece de inteligencia podría efectuarla. Pero, ¿quién determina qué es ‘políticamente correcto’? E, inclusive si quien lo estableciera fuera una autoridad válida, ¿la inteligencia no se demuestra, justamente, en la capacidad de cuestionar los principios establecidos para reformularlos, readaptarlos, transformarlos de acuerdo al contexto que los aloja? De nuevo, la discrepancia queda anulada; aquí, otra vez, no hay dialéctica posible.

“¡Cómo vivir sin algunas razones legítimas para desesperar!” es la frase, enunciada por Camus, que Dos Santos elige para inaugurar su libro. Quizá, en un segundo intento, el sociólogo/periodista logra adaptarse mejor a las máximas que reproduce y permite que cada uno se desespere con las razones que considere legítimas.

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Esta entrada fue publicada en 21 enero, 2014 por en Reseña y etiquetada con , , .

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